Al Paraná
Autor: Juan L. Ortiz
Año: 1970
Entre la vasta obra de la poesía fluvial de Juan Laurentino Ortiz se encuentra el largo poema «Al Paraná» (que se reproduce al final de la presente entrada). La pieza forma parte del libro El junco y la corriente (1970) donde conviven poesías sobre China (país al que el poeta viajó en 1957), otras referidas a la naturaleza circundante y también composiciones que homenajean a José Pedroni, María Luisa Anido, Juan José Saer, Claudia Silvia Gola, Reynaldo Ros y Hugo Gola, entre otros. Al igual que en toda su obra las cuestiones sociales y políticas laten en estas producciones.
El libro El junco y la corriente fue iniciado hacia 1957 y publicado por primera vez en el marco de En el aura del sauce (Editorial Biblioteca, 1970), donde confluye toda la obra poética de Ortiz editada hasta el momento y tres títulos inéditos: El junco y la corriente, El Gualeguay y La orilla que se abisma. Luego llegaron nuevas ediciones con Obra completa (UNL, 1996), El junco y la corriente (Eduner, Ediciones UNL, 2013) y Obra completa (Eduner, Ediciones UNL, 2020).
Juan L. nació en Puerto Ruiz, a la vera del río Gualeguay, en 1896. A edad temprana empezó a escribir y pintar. Al ver su talento con el pincel, el célebre artista plástico Cesáreo Bernaldo de Quirós intentó llevarlo a estudiar a Roma, pero la madre del poeta no dio lugar. En 1913 viajó a Buenos Aires y asistió como alumno libre a la Facultad de Letras de La Plata. En ese tiempo, fue habitué de la casa de Manuel Ugarte y también viajó a Marsella. Volvió a Gualeguay donde comenzó a trabajar en un puesto del Registro Civil que mantuvo hasta su retiro. A los 37 años publicó su primer libro El agua y la noche (1933). Para poder editar sus sucesivas obras, realizó ventas anticipadas entre sus allegados.
Luego de obtener una jubilación, en 1942, se trasladó con su familia a un inmueble de la calle Tucumán de la capital provincial. Este hecho, trascendente en la vida de Ortiz, quedó plasmado en su poesía. Desde 1959 vivió, hasta sus últimos días, en la calle José María Torres frente al río al que dedicó la poesía mencionada. Murió en 1978 y fue enterrado en el cementerio municipal de Gualeguay.
Al Paraná
Yo no sé nada de ti…
Yo no sé nada de los dioses o del dios de que naciste
ni de los anhelos que repitieras
antes, aún de los Añax y los Tupac hasta la misma
azucena de la armonía
nevándote, otoñalmente, la despedida
a la arenilla…
No sé nada…
ni siquiera del punto en que, por otro lado, caerías
del vértigo de la piedra
bajo los rayos…
No sé nada…
O sé, apenas, que el guaraní te
asimiló
al mar de su maravilla…
y que ese puma de tu piel que te devuelve, intermitentemente,
el día
lo tomas en un rodeo, no?,
de tu destino…
No sé nada…
Aunque me he oscurecido, en ocasiones, al
sentirte, arriba,
entre un miedo de basalto,
buscándote,
buscándote
sin el ángel del sabiá,
aún…
Y me he recobrado, luego, contigo, en la Anaconda que
decían…
y hasta cuando denunciabas
sobre ti
a los máuseres de las Compañías…
No sé nada…
Aunque te conocí, ha mucho, allá, donde mi río
es de tu eternidad
de Palmas…
y por el salmón o por el rosa de Ibicuy
y por las lunas de Zárate
y por la línea de tu agonía en el estuario, finalmente,
del alba…
Mas éste sería
tu sentimiento,
y éste, acaso, el misterio que pareces bajar desde los
mismos
torbellinos del círculo?
No sé nada de ti… nada de ti…
Es, acaso, decirte enteramente, decir tus avenidas, sólo,
al fin,
de silencios sin orillas,
que podrían ser, es verdad, derivaciones de gracia corriendo a
redimir
oh Canals,
la palidez del Norte?
Es, por ventura, presente, siquiera,
el acceder únicamente a las escamas de tus minutos,
bajo lo invisible, aún,
que pasa…
o a las miradas de tus láminas
o de tus abismos,
en los vacíos o en las profundidades de la luz,
de tu luz?
Y se podría hablar de ti,
intimando, aún por años, con las figuraciones que reviste,
diríase,
aquí y allá, la corriente
de tu ser?
Oh no…
no se podría, me parece,
tocarte todavía
así…
Cómo,
entonces, cómo,
asumir tu duración sin probabilidad de disminuir
tu tiempo, tal vez, de dios?
Y en el tiempo de un dios, qué de los que vinieron a
apagar
las hogueras que te amanecían…?
y qué de los monosílabos que presumiblemente respondían a
las gamas
de tus espesuras de flautas
y que se desconocían entre sí,
al llegar a interponerles; tú, las seis o siete
leguas
que entonces te abrían…?
Y qué de los dueños que arriaban, de arriba, todo un
río de mugidos
hacia los potreros que fluían, aquí,
y que sólo detenía tu hermano con esa vena del naciente o ese
azul
del surtidor de las avecillas…?
Y qué de aquél de la “Rinconada” enfrentándolos, el
único,
más “adelante” que el siglo
y junto a la aorta del “país”?
Y qué del otro que te cruzara por tres veces
para salvar a Mayo
de los cuernos de la derecha y de los cuernos del sur…?
Qué, pues, todo ello y lo demás,
si tú no sabes y no podrías saber, por otra parte, de las
milicias de la ceniza,
ni de una sociedad de sílabas
ni de una codicia de millas…
ni menos de los intercesores de los últimos,
como tampoco de la caballería que se atreviera a rescatar
el sol… de las neblinas,
para el “interior” al “exterior” no?, por ahí:
del azar o del olvido:
qué…?
“Maya”, entonces, asimismo,
para ti…
“Maya” las llamas y el vocabulario que se
entendía…
“Maya” la cuaresma
sobre las lenguas de tus orillas…
“Maya” el despojo y la lujuria de praderías…
y la vista en alto, y la orden de las cañas, triplemente
vadeándote,
por los derechos del día…?
“Maya”, con más motivo, esos celestes de tus pupilas,
o de concentración,
en que, místicamente, desaparecerías, o poco menos, con tu
tarde, sí
en la palidez del uno,
allá,
a no ser unas pestañas empequeñeciéndose en un cielo
o en un infinito de islas…?
Y “Maya”, así,
esa, si se quiere, sensibilización de la ausencia, ésa en que tú
libras
o recreas,
con unos signos que huyen,
el rostro mismo, diríase,
del éter…?
Pero no sé nada de ti.
Nada. Nada.
Y hace, sin embargo, diecinueve setiembres que te miro y te
miro.
Mas, es cierto, te miro
con los ojos de aquél a cuyo borde abrí los
míos…
No podría hacerlo sino así.
He de llevarlo, bien íntimamente, y a la izquierda, claro,
del latido,
y es él, sin duda, el que me haría preferir
tu enajenamiento en el cielo
a esa piel que hubiste, muy significativamente, de investir
por ahí…
y que asorda los momentos en que debes de sentirte
más leoninamente contigo…
Pero por veces, es verdad, sin una pluma que lo explique
desde el secreto, aún, del aire,
flotas por el atardecer no se sabe qué alma
que suspendiese como el fluido
de una inmanencia de cisne…
Mas ve, ve:
sigo mirándote, mirándote, con las niñas del
origen…
Y todavía de aquí,
de aquí,
en que por ceñir, o poco menos, a la ciudad
a la que hubiste,
sacramentalmente, de “alzar”
una “debilidad” más que de padrino, no podrías, no
naturalmente, reprimir…
Y es así
que aun en la tempestad que te estira hasta el confín,
diríase,
en una unidad de siena
que quemase el caos… el caos…
pareces desplegarte lo mismo que una “cinta” para ella
detrás de los vidrios
y sobre la barranca que le cincelaran
todavía…
Pero perdóname que insista
e insista:
no sé nada de ti. Nada, en realidad, de ti. Y no podré
decirte jamás…
No es una “madera”
sino un “metal”, o los metales, mejor, o más de acuerdo, aún,
las ráfagas de unas tuberías,
o las ondas de unos hechiceros,
lo que requeriría eso que recelas
bajo lo femenino que te prestan las veleidades de
las horas
en complicidad con las estaciones
y con tu infidelidad misma
al que nombras
y con la visión de un mediterráneo que vela
el idilio, ay,
de unos sauces en ojiva
sobre el sueño de unas muselinas que espectralmente despabila
el después, sólo,
del cachilito,
plegándolas en seguida, y envejeciéndolas al
punto, en un final
de escalofríos
que marchita hasta las cejas, hasta las cejas, ahí,
del anochecer…
No sé nada de ti…
Y no podré decirte nunca, probablemente…
nunca…
Pero deja que, al menos, te despida unos pétalos
de ese ángelus de mis gramillas
que desciende casi hasta el agua
cuando ésta
pierde sus ojeras
y da en hilar, fúnebremente, con la primicia que deslíe
el duelo de arriba,
la raíz
de la lágrima…
No sé nada de ti…
Nada…
Fotografía: Juan L. Ortiz leyendo sobre las barrancas del Parque Urquiza, frente al río Paraná. Autor: Esteban «Pucho» Courtalón.
Sorry, no records were found. Please adjust your search criteria and try again.
Sorry, unable to load the Maps API.