Aguafuertes fluviales de Paraná
Autor: Roberto Arlt
Año: 1933
El periodista y escritor Roberto Arlt se embarcó en el carguero Rodolfo Aebi para remontar el río Paraná a mediados de 1933. Uno de los puertos donde desembarcó fue Paraná, ciudad sobre la cual escribió tres aguafuertes con sus impresiones de forastero, que fueron publicadas en el diario El Mundo.
Entre el 10 de agosto y el 20 de septiembre de 1933 se editaron en ese periódico un total de veintinueve Aguafuertes fluviales con su recorrido de las costas de Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y Chaco, en una deriva de sus Aguafuertes porteñas. Las Aguafuertes fluviales de Paraná se publicaron entre el 16 y el 18 de agosto de ese año, siendo reproducidas por el local El Diario. Por ese entonces, cuando Artl visitó «de incógnito» la capital entrerriana, la ciudad desarrollaba un plan de urbanización que en el área ribereña incluía la construcción de la costanera y la transformación del Parque Urquiza.
En «Paraná, tacita de porcelana», la primera de la serie, Arlt describe su llegada y la zona del puerto:
«Vamos entrando hacia el puerto de la ciudad de Paraná.
Por la orilla, al pie de montes de azufre, en un sendero sembrado de trozos de mármol, caminan dos chicos. Su sombra se alarga en la desolación de la orilla caliza.
Aridez de tierra africana. Entre cascotes amarillos, una mancha verde. Contrafuertes, barbacanas naturales, torres de tierra amaranto, y luego montes como de azufre, terribles, ásperos, bajo un cielo inmutable de azul al ferroprusiato. Cada veinte o treinta brazas, un rancho de techo de paja y barro verdoso, luego soledad, aspereza. En la costa dura, centelleante bajo el sol, una mujer lava ropas violetas mientras la mira un perro negro.
El agua tiene férrea apariencia de hierro colado. De pronto, de una altura de colina, se desprenden serpientes de cemento, zigzaguean, envuelven altas plazoletas, corren cuesta abajo hacia un poblado pescador, con casas de dos pisos color borra de vino, fachada lisa, ventana presidiaria sin balcón, pantanos naturales, luego la costa dobla, aparecen más ranchos en los barrancales yermos, taperas cercadas de empalizadas blancuzcas, color avellana, y aparecen botes tumbados, chatas de hierro de casco podrido, lanchones de madera destripados, sigue bordeando el buque y en el horizonte aparece la torre de hierro galvanizado del semáforo marino del Ministerio de Obras Públicas. Globos metálicos señalan las brazas de calado que tiene el agua y el molinete apunta a la dirección del viento.
Tinglados, muros de piedra, un dique, respaldando el dique un cerro con felpudo verde y henos aquí, en Paraná. Por una escalerilla de gato subimos al murallón, tropezamos con una plazoleta donde juegan palomas torcazas, luego otro monte, y no puedo menos de exclamar: «¡Parece un puerto abierto en el corazón de las sierras!». Puerto de montaña. Eso. De litografía barberil. De cromo de La Ilustración Española o La Esfera. Puerto quieto, con calles de asfalto. Entre el asfalto crece pasto. En la plazoleta, bendita de tranquila, el viento curva las ramas de los árboles y los árboles borrachos».
El segundo texto -«Calles de Paraná»- refiere al centro de la ciudad, y en el tercero -«Vida suave y tranquila»- retoma una visita al Parque Urquiza a bordo de un tranvía que lo lleva desde el Puerto:
«No quisiera pecar de descriptivo, ni de excesivamente elogioso. Pero el Parque Urquiza, por sus obras de mampostería, es una maravilla digna de verse.
Usted se asoma a una barandilla de mampostería, y apoya los brazos en el repecho: si mira a su izquierda, distingue un cerro roído por caries amarillas; si mira a su frente, descubre, a doscientos metros de profundidad, el río Paraná, formando pico de tijera, triángulo de acero, afelpado de cañaverales verdes en la orilla. Luego, desplomes de tierra roja y por estos desplomes, lisos, serpentean senderos asfaltados, aquellos senderos que se ven, al entrar al puerto, como canalizaciones de cemento, y que circunscriben placetas con bancos en las rotondas, escalinatas que suman ciento setenta escalones, para morir al pie del viejo puerto de Paraná, con sobrevivientes casas antiguas que frente a las puertas conservan su recova, y también casas marineras, de dos pisos, sin balconada frente a los ventanales inmensos de altos».
Estos escritos («Paraná, tacita de porcelana»; «Calles de Paraná»; y «Vida suave y tranquila») fueron editados por EDUNER como Aguafuertes fluviales de Paraná (2015) en la colección Cuadernos de las orillas; así como en El país del río: Aguafuertes y crónicas, colección dirigida por Cristina Iglesia que incluye estos textos de Arlt y siete crónicas de Rodolfo Walsh (EDUNER, 2016, en la colección El País del Sauce); y en Aguafuertes fluviales de Roberto Arlt. Crónicas y fotos de un viaje por el Río Paraná (Editorial Fundación La Hendija, 2016), con una antología y comentarios de Emilia Elizar y Silvio Méndez.
En la última crónica de la serie fluvial publicada en El Mundo, Arlt reconoce que «he sido un turista, simplemente un turista que no podía referirse honestamente sino a lo que veía. Si más allá existían realidades excelentes de conocer y dignas de mencionar, no he podido descubrirlas porque, desgraciadamente, el buque que me conducía no navegaba por tierra sino por el agua. Mi visión es puramente cinematográfica. Mi retina sólo se ha impresionado por lo que han contemplado mis ojos. No he escudriñado en las rendijas de la cultura de los lugares que he visitado. Mi interés, puramente humano, se ha detenido en la calle, que es la única posesión indiscutible del pueblo. El pueblo y el paisaje me impresionaron».
Roberto Emilio Godofredo Arlt nació en Buenos Aires, el 26 de abril de 1900. Murió en la misma ciudad el 26 de julio de 1942. Fue novelista, cuentista, dramaturgo y periodista.
Las fotografías pertenecen al archivo del Museo Histórico de Entre Ríos «Martiniano Leguizamón».
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